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REDISTRIBUCIÓN DEL TIEMPO

Redistribución del Tiempo, No de la Renta Roberto F. Salazar-Córdova Hace varios años vengo investigando la economía del agua y la economía del tiempo. Creo que ambas son valiosas para entender los elementos distributivos con respecto a la naturaleza y la sociedad, haciendo a la economía una disciplina que tenga vida efectiva a largo plazo. Cuando estudiaba en la universidad, a fines de los 80s, sabíamos poco sobre la tecnología. Había ya computadores y se estudiaba programación, pero la economía todavía usaba programas previamente desarrollados y solo para mediados de los años 90s, los economistas latinoamericanos comenzábamos a programar nuestros códigos. Recuerdo mi tesis de pregrado, usando por primera vez una laptop, sin “mouse” pero con Limdep, usando códigos tipo “Alt” y “Ctrl” ó “Shift” para navegar mejor e introducir los datos de panel para estudiar los balances y la función de producción de 27 bancos durante 12 semestres, y así medir la eficiencia vía frontera estocástica de producción y la correspondiente economía de escala de la banca, para saber si la banca sobreviviría con su modo de producción. No sobrevivió. Teníamos la hipótesis de que había concentración, créditos vinculados, y que el uso de los recursos no era productivo, pues se había concentrado en edificios e infraestructura en lugar de dedicarse a lo productivo, que era captar depósitos y/o prestar a más y mejores clientes y sin duda, entrar de lleno en la banca de inversión y no solo en la banca de crédito; todo esto, sin hablar tanto de emprendimiento, sino más bien de crédito para el desarrollo industrial muy en boga en ese entonces. La hipótesis quedó comprobada con los efectos fijos y aleatorios que entregaba la econometría del panel, pero claro, el estudio no sirvió de mucho, pues se lo presentamos con mi director de tesis a la máxima autoridad económica de ese entonces en el país y dicha autoridad -muy en su ideología- nos dijo que no importaba tanto la ineficiencia de los bancos, pues si fuera necesario los mismos quebrarían y la banca que quedaría en pie sería la buena y sana. Supongo que dicha autoridad no conocía mucho de la economía de la política. Nosotros tampoco sabíamos mucho de ello, y suponíamos que las autoridades no iban a crear, como crearon, un salvataje bancario a posteriori, que cubrió a los depositantes de la banca mala, siendo que esta última nunca pagó por sus yerros financieros. La banca buena sobrevivió sin duda, y era apenas el 25% aproximadamente de la banca privada. Lo demás generó un colapso que bien podía haberse corregido con un factor distributivo a gran escala como el que hoy, tras 20 y algo más de años, se está volviendo a requerir, no tanto hacia la banca, que volvió a crecer, ni para las industrias, que son sólidas igualmente, sino para las familias y el comercio, que son las que hacen más de la mitad, el grueso de la economía, en cualquier país. En mis andanzas econométricas por la vida, me tocó alguna vez ser autoridad fiscal de mi país. Allí tuve la oportunidad de pensar en algo en lo que me había especializado post finanzas y desarrollo como economista: las finanzas públicas y el financiamiento de la protección, y en especial, tras dos o tres postgrados, el tema del momento era la pobreza y la distribución. Mi lógica siempre fue liberal. No se trataba de subsidiar nada que no fuera en efectivo, directo y con libertad, para que se fortelecieran los mercados, las industrias y la economía privada y no el estado, ojo. Pero siempre me fascinó el tema distributivo, y aprendí que el agua era, luego de la inflación, la que más reducía la pobreza. A la inflación la habíamos derrotado en mi país cuando junto a un presidente desarrollamos la dolarización de la economía. Con la caída de la inflación habíamos puesto al país en camino para reducir la pobreza, y así ocurrió. El problema era de liquidez en todos los sentidos. Por ello, utilizamos la econometría para analizar ya no la banca, ni la inflación, sino la pobreza. Descubrimos que lo que más impactaba sobre ella era la distribución del agua. Bingo! Pasaba que el agua potable generaba impacto, y siempre lo hizo, desde mis primeros modelos en mi país allá por el año 2001 a 2004, hasta los últimos allá por los años 2014 a 2016. Luego venía el agua de riego. La primera, la potable, ahorraba cerca de 100 dólares por hogar al mes. Suficiente para sacar gente de la pobreza si se lograba abastecer suficientemente al país. Algo parecido pasaba con el agua de riego. Ocurría que si se dotaba de riego a comunidades pobres, podían llegar a tener una o dos producciones de hortalizas más al año, con lo cual podían salir de pobreza extrema y pobreza y tener ingresos suficientes para mantenerse sin subsidios fiscales ni transferencias monetarias directas. En mis tiempos de autoridad fiscal invertimos tremendamente en agua potable. A eso dedicamos la mayor parte del presupuesto de inversión pública. El país se volvió una fábrica de abastecimiento de agua, y la pobreza se redujo, en un año, más que lo que años más tarde se redujera en una década. Así de potente era el efecto de abastecimiento de agua potable. Posteriormente, ya desde afuera del gobierno, pero dentro de mi país, hicimos muchos estudios para crear no solo proyectos de riego y analizar su rentabilidad social, sino que modelizamos el hecho siguiente: sin agua, no servía de nada hacer asociatividad en lo rural; y sin ambas, no tenía sentido, como lo mostraba una cadena de Markov, brindar asistencia técnica en el agro. Sin las tres, en secuencia, no había impacto. Tampoco servía de mucho generar carreteras terciarias, pues no había producto suficiente. Claro, el sistema de inversión pública que habíamos montado había sido desaparecido un par de años después de nuestra salida del gobierno, cuando la derecha fue derrotada en las urnas por el hoy cuestionado gobierno del socialismo del siglo 21, ese que había llevado la subsecretaría de inversión pública desde el ministerio de las finanzas y la economía hacia una secretaría de la planificación centralizada. Se había perdido el corazón de la distribución efectiva de recursos y se había creado una fábrica que validaba lo que se ordenaba desde la política, algo que mis colegas subsecretarios de inversión pública en Bolivia llamaban, los “proyectiles” (de los políticos, para separarlos de los “proyectos” de los economistas). De todas formas, se había construido infraestructura, que no se podía mantener pues nadie tenía recursos para pagarla, y claro, la economía había caído en un bache con la caída del precio del petróleo en mi país, mismo que había sostenido la fiesta socialista, y mismo que había financiado las obras y muchas otras cosas que, como han demostrado ahora los jueces, venían de la mano de las obras: aparatajes políticos, por supuesto, con prácticas que ya son cosa juzgada. Ahora bien, este artículo tiene sazón política, pero no es una herramienta política, sino una conversación sobre políticas. Me tocó presentarle al presidente hoy sancionado, un modelo de tarifas de agua cruda creado a través de un cálculo de los beneficios marginales de largo plazo, en lugar de los usuales cálculos de costos marginales de largo plazo. La gente pobre, de clase media o rica, paga por el agua si y solo si recibe beneficios. No paga su costo de producción. Ésa es la diferencia entre una tarifa y una tasa. La primera se cobra contra servicio efectivo prestado con calidad y certeza, mientras que la otra se paga como un tributo, como un impuesto casi, o de hecho, es un impuesto. Convengamos que en un país dolarizado, lo último que se debe hacer, en crisis, es cobrar impuestos, pero en cambio tarifas sí que se las debe cobrar! Pensando en esto, al mudarme a Chile, comencé a investigar los usos de algunas herramientas que habíamos desarrollado para la economía del agua, pero en el otro recurso clave que aparecía una y otra vez en los talleres de talleres que hacíamos a la hora de analizar los proyectos, las tarifas, las políticas, los acuerdos y las decisiones: el tiempo. Sabíamos que el dinero y el poder iban -y venían-, lo mismo que incluso la pobreza y ojalá que nunca más la inflación. Sin embargo el tiempo solo pasa y pasa, y si no lo ahorraste, o si no lo invertiste, ya no vuelve. Todo se puede perder, menos el tiempo, sabíamos en lo público. Tras revisar las herramientas y las metodologías, las preparamos para un mercado que no era el público, y tampoco era el de la inversión público-privada, y ni siquiera era el mercado privado-comunitario. Las preparamos para un uso global, donde el tiempo es aún más valioso. Nuestra meta fue revisar datos pasados, de talleres y proyectos y demostrar cuánto se ahorraba de tiempo por dialogar y hacer acuerdos y colocar proyectos o políticas de común entendimiento. Llegamos a calcular que el diálogo que habíamos desarrollado desde el año 2000 hasta el año 2015 había ahorrado un 15% en el tiempo de materialización de las inversiones y proyectos en los cuales habíamos trabajado como economistas y financieros. Eso nos daba un impacto que parece trivial, pero no lo es: elevaba, en la base de la pirámide, la productividad del capital en un 0,1%, lo cual se puede calcular como un factor distributivo muy potente, sobre todo si se lo relaciona con el tercer resultado estimado: se lograba en promedio una reducción de los costos de financiamiento en un 10%, al tenerse una relación 1 a 1 con la reducción de un 10% de los riesgos por relación con la comunidad. Había estudios de disposición a pago, flujos de proyectos con tiempos y costos unitarios, cálculos de producción contra factores, costos y beneficios agregados, y matrices de riesgos, con especificidad sobre la relación con comunidades, según había siempre sido la lógica de trabajo con la cual había nacido nuestro Diálogo Hexagonal, que para lo privado se centraba siempre en las encuestas de hogares, y para lo público se centraba en talleres y encuestas con comunidades. Esto daba paso a una economía del tiempo, en el cual el proceso de mediación y medición facilitaba acuerdos cuantificables y hojas de ruta con ahorro de tiempo, no solo durante la pre-inversión sino en el seguimiento y evaluación intermedia, creando cambios que mostraban efectos posteriores en función de recomendaciones contenidas en nuestras bases de datos de proyectos de diversos sectores, sobre todo en infraestructura, transporte, agua, energía y otros que habíamos venido estudiando desde inicios del milenio. Lo relevante siempre era el acuerdo entre los agentes claves: privados-comunidades-gobiernos. La economía del tiempo, entonces tenía no solo un elemento productivo de uso del recurso que no vuelve, sino un elemento distributivo nada trivial, pues así como el tiempo no vuelve, a veces las relaciones se pierden con el tiempo. La adecuada distribución y redistribución del tiempo nos impulsó a llevar adelante una iniciativa a escala a la que denominamos Red Santa Cruz. La idea era aprovechar el tiempo de los líderes privados, comunitarios y públicos, principalmente, de manera óptima, y concentrarlos en talleres que permitían intercambiar conocimientos y decisiones. A la fecha, hemos visto que las ventajas redistributivas de gestionar el tiempo con efectividad son las siguientes cuatro: Transformación de gastos relacionados en comunidades en inversiones productivas con retorno mutuo (ganar-ganar). Gestión de la incertidumbre en proyectos basados en intereses de stakeholders. Medición y gestión de factores tales como legitimidad, participación e inclusión en el diseño y ejecución de proyectos. Aplicación en proyectos de infraestructura, urbanización y proyectos sociales. Con esto se cubre la necesidad de evitar el retraso en inversiones producto de conflictos con la comunidad y actores interesados, gestionándose vía redistribución del tiempo, al participar los líderes varios en los talleres de diálogo hexagonal, y acelerando los beneficios marginales de largo plazo que gatillan la disposición a colaborar y participar como socios en los proyectos. Esto, finalmente lleva a un control y continuidad operacional, y finalmente, a aumentar la productividad privada y social de las inversiones. En este sentido, la redistribución del tiempo es un factor productivo y social, económico, financiero y político que bien nos cae aplicar como elemento de eficiencia en estos tiempos del COVID19.

REDISTRIBUCIÓN DEL TIEMPO
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